Ignoro si soy de los pocos o de los muchos que creemos que el Gobierno cambió, pero las cosas siguen igual. En el subrepticio mundo de los corros políticos el bullicio fue intenso a medio año tras las elecciones y al llegar la nueva administración. El dinero del Estado es una piñata que, como en cumpleaños, tiene un director que concede el garrote a elegidos para golpearla y reclamar su parte. Muchos se quedaron en la fila o golpearon sin obtener nada. Otros lograron mucho, gracias a un bate, reforzado con esteroides y acero: millones al instante.
Los partidos de una alianza de gobierno, por ejemplo, obtienen ministerios o entidades estatales en donde pueden hacer lo que sea. Es un feudo con gobierno propio. Tienen licencia para nombrar, comprar y, sobre todo, acceso a dinero porque su esfuerzo en campaña debe ser premiado.
Todo, absolutamente todo, tiene un precio en el mercado negro político: plata por una específica embajada/consulado; notarías para partidos o para encumbrados, el mall de Tocumen (el aeropuerto es la excusa para crear espacios comerciales, o sea, un mall), la Contraloría y sus procesos –largos o cortos, todo dependerá de lo aceitado de la tubería–; la Procuraduría, donde se paga por no hacer.
¿Y cuánto vale ser magistrado de la Corte Suprema o de tribunales superiores o juez? Allí hay un mercado donde, por unos miles, se hace o se deja de hacer. Se paga por admitir un recurso o por rechazarlo; por darle velocidad a un caso o por usar los expedientes de cojines; por sentencias en cada escalón, y a medida que el caso sube de instancia, en esa medida suben de precio los productos legales a la venta; se paga por medidas cautelares, por incautar y desincautar. No hay desperdicio. Todo está a la venta. Mucho trabajo tiene la Corte si quiere cambios en todo el Órgano Judicial.
Otros cargos con acceso directo al biyuyo son los ministerios, cualquier cargo en el Órgano Legislativo: contratos de trabajo, combustible, planillas personales, ayudas, donaciones). También las alcaldías y juntas comunales: plata instantánea y más si el diputado del circuito hace mancuerna, porque ahí sí se pone buena la fiesta. Empresas del Estado que pagan cientos de miles a sus directores en salarios e indemnizaciones; sin contar el mayor botín: los departamentos de compras. ¿Dudas? Busquen quién jefatura esos departamentos, y 10 a 1 que el funcionario es de la absoluta confianza del ministro, del director o del administrador. “Comisiones”, es la palabra clave.
Las historias de la piñata estatal son decepcionantes. Los gobiernos de este país están tan podridos que hay que refundar el Estado por completo, pero, como buenos vagos que somos, seguramente le confiaríamos la tarea a los Benicios, a los Pinedas, a los Martinelli, a las Castañedas, a los Muñoz, a los Varela, a los Carrizos… la crème de la crème de los que empuñaron el garrote para romper la piñata. Su herencia apesta a corrupción y ruina. Si queremos un Panamá mejor en 2025, tendremos que mojarnos los pies, las manos y las sentaderas. No hay otra manera.