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Panamá sí piensa, solo que se distrae

Todo empezó, como casi todo hoy, con una columna de opinión.

La profe la escribió tranquila, sin ganas de pelea, sin sed de likes ni de polémica. La escribió por curiosidad filosófica. Una pregunta sencilla, casi inocente:—¿Qué pensará Panamá de la filosofía?¿La entiende? ¿Le interesa? ¿Le sirve?

Pensó —qué ingenuidad— que la gente iba a leer y decir: “no estoy de acuerdo, pero interesante”, “yo lo veo distinto”, “nunca lo había pensado así”.Es decir, pensar.

Pero Panamá respondió… siendo Panamá.

No faltaron los comentarios que no hablaban del texto, sino de la autora. Otros afirmaron, con seguridad admirable, que la filosofía no sirve para nada. Algunos exigieron “menos pensar y más hacer”, como si pensar fuera un pasatiempo innecesario y no la base de toda acción bien hecha. Y, por supuesto, apareció la frase recurrente: pensar es aburrido.

La profe leyó los mensajes reenviados una y otra vez y se rió a carcajadas. No por burla, sino por claridad. La mayoría venían firmados por nadie: anónimos audaces, expertos en opinión rápida y argumento ausente. Gente que opina desde la sombra y exige respuestas desde el silencio.

—Aquí hay algo interesante —dijo luego en clase—. Panamá no carece de pensamiento. El pensamiento es un recurso natural aquí: abunda y surge con facilidad. El problema es que vive interrumpido.

Un estudiante levantó la mano:—¿Interrumpido por qué, profe?

—Por todo —respondió—: por el bochinche, por el relajo eterno, por la distracción constante, por la urgencia de opinar sin leer, por el meme antes que la idea.

Escribió en el tablero:

Pensar requiere silencio. Panamá ama el ruido.

—Si Panamá no pensara —continuó—, no improvisaría tanto. Improvisa porque piensa rápido y superficial, no porque no piense. El problema no es la falta de ideas, sino la falta de profundidad.

Otro estudiante intervino:—O sea que pensamos, pero no sostenemos el pensamiento.

—Exacto —respondió—. Pensamos cinco minutos… y nos distraemos veinte años.

Risas.

—Por eso se dice que pensar es aburrido —añadió—. No porque lo sea, sino porque pensar bien cansa. Exige leer, sostener una idea, aceptar correcciones y asumir responsabilidad por lo que se afirma. Pensar mal es más fácil, más rápido y más entretenido. Cuando aparece el rigor, lo llamamos aburrido.

Volvió al tablero y escribió:

Acción sin reflexión = error con presupuesto.

—Así llevamos décadas “trabajando” en lo mismo sin avanzar. Mucha acción, poca reflexión. Mucho movimiento, poco rumbo. Éticamente eso es grave, porque una sociedad que huye del pensamiento termina repitiendo errores con entusiasmo.

Entonces aparece otro rasgo muy nuestro: cuando la realidad incomoda, se personaliza. Basta decir algo tan simple como que no todo está mal para que muchos se sientan aludidos. No porque hayan sido señalados, sino porque se reconocieron. El problema no es la frase; es el espejo.

En lugar de discutir la idea, el debate se desvía. Ya no se habla del argumento, sino de la forma, de la ortografía o del tema lateral que permita esquivar lo esencial. Cuando no se puede refutar una idea, se la rodea.

Lo más revelador es que el texto no va dirigido a nadie en particular. No acusa nombres ni señala personas. Describe una realidad compartida. Sin embargo, aquí la descripción suele tomarse como ofensa. Si alguien se siente aludido, asume que le hablan a él. Y si se ofende, cree que eso lo exonera de pensar.

Así, leer no garantiza comprender, y comprender no garantiza aceptar. Por eso se confunde responder con soberbia, argumentar con arrogancia y debatir con ataque. No porque haya exceso de pensamiento, sino porque hay resistencia a sostener ideas incómodas.

La profe cerró el cuaderno y dejó caer la última idea, sin levantar la voz:

—Panamá no necesita aprender a pensar. Necesita dejar de huir del pensamiento.

La filosofía no vino a entretener. Vino a poner orden en el desorden mental. Por eso incomoda, por eso molesta y por eso aquí se le llama inútil.

Silencio.

No porque no hubiera nada que decir, sino porque el ruido no sabe qué hacer con la pausa.

Panamá no está vacío de ideas; está saturado de distracciones. Por eso confunde profundidad con arrogancia, crítica con ataque y rigor con aburrimiento. Aquí no se discuten ideas: se esquivan, se gritan encima o se comparten mal para no tener que entenderlas.

Se opina rápido, se reenvía sin leer y se exige tener razón sin sostener argumentos. Se huye del pensamiento, pero se reclama la victoria.

No es que Panamá no piense. Es que piensa mal y no quiere profundizar. Y cuando alguien lo hace, no se le responde: se le desacredita.

Mientras pensar siga pareciendo aburrido, la distracción seguirá gobernando con aplausos…y el ruido seguirá creyéndose inteligencia.

Ahí terminó la clase. Y ahí empezó el verdadero problema.

La autora es profesora de filosofía.


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