Nerón no necesitó lira ni toga para anunciar su naturaleza. Le bastó admitir que intimidó a los magistrados del Tribunal Electoral cuando aún era candidato. El Nerón romano aspiró a quemar Roma; el otro Nerón reconoce haber calentado los cimientos de una democracia defectuosa, pero sostenida —todavía— en la solidez de su organización electoral, evaluada en casi 10/10, la mejor pieza del sistema democrático según The Economist.
La confesión no se reveló en casa, sino en la respetada democracia tica, donde los presidentes pasan, pero las instituciones permanecen. San José —escenario de aquel viaje misterioso, ya en campaña, para encontrarse con el presidente Chaves— se convierte en un espejo incómodo. Un complemento simbólico a su Agripina, por quien el romano ascendió: el político condenado y prófugo, hoy asilado en Colombia.
“Si ustedes se prestan para no dejarme correr, les prendo este país por las cuatro esquinas”, confesó haber dicho —según sus propias palabras— a los tres magistrados del Tribunal Electoral. Intimidación directa a los custodios de las reglas del juego.
El condenado por el caso New Business, entonces asilado en la embajada de Nicaragua, encabezaba las encuestas. Aunque fue designado como suplente, sin mediar elección interna, el TE dio visto bueno a la postulación y la Corte Suprema la ratificó.
Para Lacan, el insulto y la amenaza no son descargas triviales: revelan una estructura íntima, una necesidad del yo de afirmarse destruyendo aquello que lo limita. ¿Qué empuja a un gobernante a revelar, ante una república vecina, que amenazó a los dignatarios de una institución valorada en nuestro país? ¿Qué demonio interior busca reconocimiento por la vía de la intimidación simbólica?
Similar al Tribunal Electoral, la Iglesia Católica ha sido blanco de ataques presidenciales. Instituciones prestigiosas, límites visibles al poder; espejos que recuerdan a Nerón que no fue elegido por méritos propios, sino por delegación de un condenado.
Preguntar no ofende. Las preguntas incómodas tonifican y oxigenan los valores republicanos que atesoró Arosemena y que nos marcan desde hace 204 años.
A los magistrados Juncá y Guerra:¿Recibieron o no la presión que hoy el presidente admite haber ejercido?
Al exmagistrado Valdés Escoffery:¿Ocurrió esta intimidación mientras usted estaba en el cargo?
A cada uno de los nueve magistrados de la Corte Suprema:¿Hubo presiones —directas o indirectas— en vísperas de ratificar la candidatura?
A cada diputado de la Asamblea Nacional:¿Se atreverán a activar los dispositivos institucionales previstos por la Constitución, más allá de opiniones acaloradas y cándidas?
Elevar el debate al nivel que exige la historia. Las democracias se erosionan en silencio, travestido de prudencia y en la comodidad de no preguntar, no cuestionar y ceder ante el miedo que paraliza. Perú, con toda su inestabilidad, no ha roto la institucionalidad. ¿Es un modelo para la democracia istmeña?
La alarma está encendida. Corresponde a la ciudadanía —y a sus instituciones— levantar la valla y defender los valores democráticos que nos legó Arosemena.
El autor es periodista y filólogo.


