Algo muy malo viene pasando en Panamá, pero nuestros paisanos no quieren verlo. Todo el mundo se queja del pillaje de los políticos corruptos; sin embargo, los políticos son apenas el grano que exterioriza nuestra infección social, o peor aún, el pus que salta al apretarlo. Así pues, terminamos siempre priorizando el parloteo morboso por encima del verdadero saneamiento social. Y ese es, precisamente, uno de nuestros principales problemas: no saber priorizar. Priorizar, por ejemplo, nuestras calamidades sociales sobre el jolgorio y la fanfarria.
Muchas personas se quejan del gobierno, culpándole de todo, pero nadie tuvo la dignidad de darle la espalda como se la dieron a Panamá hace unos meses. Y por allí desfilaron, algunos hasta bailaron con total desparpajo. ¡Pueblo, así no se arregla un país! Hay que recoger el orgullo nacional de donde lo ha tirado la corrupción endémica, y luego subir la moral por un lado y el civismo por el otro.
¿Cuándo se ha visto que una empresa cervecera despida a tantos trabajadores por pérdidas considerables en sus ventas? Y mucho peor, en un país repleto de consumidores. Algo malo está pasando, pero la gente no quiere verlo para no asumir responsabilidad, ni mucho menos acción. En estas fiestas patrias, nadie ha tenido el valor ni la dignidad de recordar a los indígenas sometidos, a los maestros quebrados y a los sindicatos desbaratados.
¿Hasta cuándo el panameño va a permitir que le pasen por encima, que lo lleven de un lado a otro en lo que suena una lata? Que ya ni de cerveza, dicho sea de paso. En un país donde la justicia la definen corruptos persiguiéndose entre ellos, pregunto: ¿qué le queda de dignidad estatal? No miremos para otro lado. No son solo los políticos ni los gobernantes: somos todos, al pecar de omisión. Porque preferimos ocultarnos cuando debimos haber apoyado. Le dimos la espalda a los profesores, al Suntracs, a los originarios, a los gremios. Y todavía no terminamos de entender que nos dimos la espalda a nosotros mismos cuando le fallamos a Panamá.
¿Y ahora qué? ¿Los gringos?... Mejor salgamos de ese sueño, porque ellos solo están por recuperar el Canal. Y mientras tanto, claro que sí, restregarnos en la cara nuestra incapacidad de sobrevivir como nación sin robarnos los unos a los otros. No, señores: con fanatismo de fútbol no se defiende la soberanía de un país. ¿Pero cuál país? ¿El de los ricos, el de los corruptos, o el de los esclavos profesionales con más miedo que títulos encima? No, el problema tampoco son los gringos.
Tenemos la receta perfecta para seguir como andamos, o mucho peor aún: la indolencia masiva de nuestra sociedad, el juega vivo como semilla de la corrupción endémica, la corrupción abyecta y recalcitrante que pudre a muchas instituciones, y una Iglesia pidiéndonos que “soñemos” en lugar de actuar. Las cosas no se cambian esperando a que el otro levante la bandera del piso limoso, saque pecho y vaya preso por uno. Eso no es ser un pueblo pacífico, ni humilde, ni siquiera bobo. Eso es ser un pueblo que ha asimilado la corrupción como método legítimo de subsistencia, para no tomarse la incomodidad ni asumir la responsabilidad de su propio destino.
El autor es escritor.


