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El poder ético del maestro

El poder ético del maestro
Día del Maestro (1 de diciembre) LA PRENSA/Archivo.

Hay celebraciones que se llenan de discursos vacíos, flores improvisadas y aplausos que duran menos que un recreo. El Día del Maestro, en muchos lugares, se ha vuelto una fecha simbólica, pero casi nunca reflexiva. Se habla del educador como héroe, pero pocas veces como ser humano. Se exalta la vocación, pero rara vez se examina la dignidad. Sin embargo, hay una verdad que urge decir con serenidad ética: la educación empieza en el maestro, pero el respeto también.

Lo que la mayoría de los actos cívicos no menciona es quizá lo más importante: la autoestima profesional del docente. Esa fuerza interior que sostiene el aula, que estructura el sentido del trabajo y que rara vez recibe cuidado real. Mientras el país exige excelencia, puntualidad, creatividad y paciencia casi mística, muchos maestros han olvidado —sin proponérselo— el valor inmenso que encarnan cada día.

Y es que el verdadero loor al maestro no es un coro externo: es un acto interno de reconocimiento. Un acto ético.

Ser maestro es una profesión casi mitológica. Enseñamos historia sin haber vivido las fechas que explicamos. Enseñamos lógica en una sociedad que a veces funciona por impulsos. Enseñamos valores en un entorno donde muchos los confunden con opiniones personales. Y aun así seguimos, porque sabemos que nuestra misión no es pequeña: somos brújulas, filtros, faros y memoria.

Y aunque no lo digamos en voz alta, cada clase repite un mantra silencioso: “Docente que se reconoce, docente que se eleva”.

Pero hay una realidad que incomoda y que conviene nombrar con dignidad: en Panamá, muchos educadores siguen costeando con su propio salario materiales y recursos que deberían estar garantizados. A eso suelen llamarle “vocación”, pero la verdad es más compleja.

La bondad desmedida también puede volverse peligrosa. No porque ayudar esté mal, sino porque cuando el sistema se acostumbra a que el docente se sacrifica sin límite, deja de ver la frontera ética. Esa línea invisible donde la entrega deja de ser virtud para convertirse en desgaste.

La vocación mal entendida nos ha hecho daño. Ha permitido que la nobleza se confunda con obligación. Y un país que normaliza el sacrificio silencioso del docente termina creyendo que está incluido en el contrato. Pero no lo está.

Aquí aparece la idea que muchos evitan, pero que sostiene este ensayo: el docente tiene derecho a vivir bien.

No se habla de dinero; se habla de dignidad.Se habla de bienestar, equilibrio emocional, salud mental, tiempo de descanso y la paz interior necesaria para enseñar sin romperse. Eso sí es ético. Eso transforma el aula.

Porque un maestro agotado no es sostenible.Un maestro invisible no inspira. Un maestro que vive bien, enseña mejor.

La ética docente no solo regula cómo enseñamos, sino cómo nos cuidamos. Un educador que se valora establece límites sanos, protege su tiempo y rechaza la narrativa del sacrificio infinito. Esa autovaloración es también un acto pedagógico. Es un ejemplo. Es una postura.

De hecho, existe una verdad profunda que rara vez se admite: el bienestar docente es una herramienta educativa silenciosa. Más poderosa que cualquier plan anual. Más influyente que cualquier currículo.

Un maestro en equilibrio inspira. Un maestro que se respeta se eleva. Un maestro que se conoce, guía mejor.

Por eso, si vamos a hablar del Día del Maestro, hagámoslo en serio: con ética, con reflexión y con dignidad.

El docente que se valora es una revolución ética en movimiento. Un maestro que se cuida, cuida al país. Un maestro que sabe quién es, fortalece a quienes serán.

Somos más que transmisores de contenido: somos arquitectos del pensamiento y guardianes del criterio.

Y poseemos algo que ningún sistema puede arrebatarnos: el conocimiento. Ese mismo conocimiento que enseñamos también nos sostiene, nos protege y nos recuerda una verdad luminosa: “Ser docente es un acto de poder ético: enseñamos, inspiramos, sostenemos y trascendemos.”

Porque conocer es poder. Y un maestro que se conoce a sí mismo es, sencillamente, invencible.

La autora es profesora de filosofía.


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