Cuando a un estudiante le dicen que fue seleccionado para representar a su país en un evento deportivo internacional, uno se imagina automáticamente una escena digna de película motivacional: cámara lenta, bandera ondeando con viento artificial, mamá llorando como si acabara de ganar el Óscar a Mejor Actriz de Reparto, papá diciendo “ese muchacho salió a mí”, aunque nunca haya hecho una sentadilla en su vida, y el colegio publicando la foto en Instagram con el caption “Orgullo institucional” y filtro Valencia.
En teoría, todo es épico. En la práctica… bip, bip, bip… aparece la factura.
Porque soñar es gratis… hasta que el sistema educativo mete mano. Ahí el sueño deja de ser sueño y se convierte en trámite. Y no hablamos solo de pasajes, entrenadores, madrugadas a horas que ni el gallo respeta, ni dietas que cuestan más que el súper completo de la quincena. No. Hablamos de ese costo invisible, inesperado y extremadamente creativo que algunos colegios han decidido llamar “ajuste académico”, pero que en buen panameño se traduce como: “paga primero y sueña después”.
En un colegio del país —cuyo nombre no mencionaré porque después me mandan una cuenta por “uso indebido de la libertad de expresión”— un estudiante solicitó permiso para viajar al extranjero y competir en un torneo internacional. Ojo: no pidió faltar para irse a la playa, ni para extender carnavales, ni para una misteriosa “gira espiritual” con escala en Punta Cana. No. Iba a representar al país. Con bandera, himno, sudor, ampollas y probablemente dolor muscular hasta en lugares que no sabía que existían.
¿La respuesta del colegio? No fue un “¡qué orgullo!”. No fue un “cuenta con nuestro apoyo”. Ni siquiera un tímido “bueno, vemos cómo resolvemos”.No señor. Fue una factura.
El colegio decidió cobrarle por adelantar los exámenes una semana. Así, sin anestesia. Como si el muchacho no fuera atleta, sino una emergencia administrativa con horario premium. Al parecer, adelantar un examen es una actividad de alto riesgo financiero, comparable a abrir una sucursal bancaria o lanzar un satélite al espacio.
El mensaje fue clarísimo: aquí apoyamos el deporte… siempre y cuando no nos mueva el calendario. Porque mover un examen resulta ser una hazaña más complicada que clasificar a un torneo internacional. Para eso no hay entrenamiento que valga, ni medalla que convenza, ni récord personal que impresione.
Esta situación deja al descubierto una contradicción digna de medalla de oro olímpica en incoherencia. Los colegios hablan de formar “líderes integrales”, pero cuando aparece uno que estudia, entrena, se disciplina, madruga, suda y además representa al país, el sistema entra en pánico. El líder integral pasa de ser ejemplo a convertirse mágicamente en un problema logístico con costo adicional.
Cobrar por adelantar exámenes suele justificarse con frases elegantes y bien peinadas: “tiempo extra del docente”, “reorganización académica”, “procedimientos internos”.
Pero el mensaje real, sin corbata ni perfume, es otro: tu esfuerzo nos estorba.Traducido al idioma del estudiante: “tu sueño no es nuestro problema… pero sí nuestro negocio”.
Y aquí surge la gran pregunta filosófica, casi existencial, digna de seminario educativo: ¿qué valores se están enseñando? Porque la educación no solo enseña matemáticas y ortografía; también enseña cómo funciona la vida. Y la lección aquí es clarita como agua de garrafón: si sueñas alto, prepárate para pagar peaje. Si destacas, saca la billetera. Si representas al país, pasa primero por caja.
Los defensores del reglamento dirán: “las reglas son iguales para todos”. Claro que sí. Igualitas. Como si representar a Panamá fuera exactamente lo mismo que faltar porque no sonó el despertador, porque se fue el agua o porque el perro se comió la tarea. Esto no es un capricho; es un caso extraordinario. Y los casos extraordinarios requieren soluciones extraordinarias… no cobros extraordinarios.
En otros países, cuando un estudiante destaca en deporte o arte, los colegios activan planes de apoyo: tutorías, flexibilidad, acompañamiento, exámenes sin costo. Aquí activamos la calculadora. Porque nada motiva más a un joven que saber que su logro viene con recargo administrativo, posible ITBMS emocional y letra chiquita al final del sueño.
La educación debería ser el lugar donde los sueños crecen, no donde se tarifan. Cobrar por adelantar exámenes es decirle al estudiante: “tu talento no cabe en nuestro reglamento”. Y eso, más que un cobro académico, es una deuda moral que ningún colegio podrá pagar… ni siquiera adelantando todos los exámenes del año.
El autor es ingeniero retirado.

