El discurso de Donald Trump sobre el Canal de Panamá es un ejemplo de cómo la retórica revisionista justifica posturas políticas de mercenarios ideológicos como el presidente de los Estados Unidos. Es un discurso cargado de un nacionalismo nocivo y de una nostalgia perversa que alude al espíritu del Corolario Roosevelt, pero también es el discurso de la insignificancia del poder. Para Trump son insignificantes las complejidades históricas y las dinámicas de poder que giraron en torno a la construcción del Canal.
Las palabras de Trump pueden ser analizadas desde diferentes perspectivas: legal, administrativa, económica, histórica, política y cultural. Desde todos estos enfoques Panamá ha demostrado ser un regente competente en la administración del Canal, un país noble y de coraje, líder negociador, históricamente paciente y con una cultura de resistencia. Esto sin duda no le gusta a Trump, porque sus palabras son una declaración de poder arbitrario.
Afirmar que Jimmy Carter fue un tonto que entregó el Canal es ignorar que los Tratados Torrijos-Carter, firmados en 1977 (el Tratado del Canal de Panamá y el Tratado Concerniente a la Neutralidad Permanente y Funcionamiento), fueron ratificados por el Senado de los Estados Unidos un año después, los mismos reflejaban un consenso internacional de la soberanía de Panamá sobre su territorio. Además, los tratados establecieron un marco para la transferencia gradual del control del Canal de Panamá que culminó el 31 de diciembre de 1999.
Trump irrespeta a los panameños cuando alude a la mala administración del Canal a cargo de la ACP que es una entidad autónoma de nuestro gobierno y que ha demostrado operar bajo principios de eficiencia. Si Panamá hubiera fracasado administrando el Canal, significa que estamos por cumplir 25 años de inoperancia. Todo lo contrario: logramos ampliar la vía acuática con nuestra voluntad y aumentar los ingresos del Canal.
Más allá de los ingresos que aporta el Canal al tesoro nacional, el manejo sostenible del recurso hídrico no es poca cosa. Muchos panameños bebemos agua gracias al Canal, recurso valioso que a Trump no le importa porque es el mandatario más hostil que la naturaleza ha conocido. Por otra parte, las tarifas del Canal de Panamá son establecidas por la ACP, sin discriminación; hasta un cayuco que pase por el Canal tiene que pagar.
Trump dice que 38,000 hombres estadounidenses murieron en la construcción del Canal. Falso. Durante la época de construcción por los estadounidenses, 5,609 vidas se perdieron por enfermedades y accidentes, y no todos eran norteamericanos. En el capítulo XXVIII del libro de Gerstle Mack, La tierra dividida, se puede leer que desde la etapa francesa llegaron a Panamá personas de Cartagena, Venezuela, Cuba, Barbados, Santa Lucía, Martinica, Senegal, Jamaica y de China, y muchos de ellos murieron. La mayoría de estos trabajadores no eran estadounidenses, sino inmigrantes de diversas partes del mundo. El discurso de Trump deshumaniza a los trabajadores que dieron su vida y minimiza el sufrimiento humano, porque a él no le importa la humanidad.
Trump dice que el Canal fue dado como un símbolo de cooperación, un “gesto magnánimo”, y que debe ser devuelto si no se siguen los principios morales y legales. La transferencia del Canal no se trató de un gesto de bondad, sino de un acto de justicia histórica y reconocimiento de la soberanía de Panamá respaldado por tratados internacionales. Trump apela a un sentido de orgullo nacional desde una inmoralidad villana.
Trump subrayó que el Canal de Panamá es un activo vital para Estados Unidos, lo que resalta el interés geopolítico y militar de la vía para la potencia del Norte y los intereses de Trump para hacerle la vida de cuadritos a China y a cualquier nación que le lleve la contraria. Cuando cita a Theodore Roosevelt y su visión del poder naval y comercial, esto solo refuerza la narrativa de dependencia que el canal representa para Estados Unidos como poder militar.
El discurso de Trump omite el contexto histórico y cultural de las sucesivas intervenciones militares de Estados Unidos en Panamá, incluyendo la separación de Colombia en 1903, que fue facilitada por Estados Unidos para asegurar la construcción del canal. Históricamente, las complejidades del poder que rodearon la construcción del Canal y las relaciones entre Panamá y los Estados Unidos, también generaron tensiones sociales y culturales que edificaron la conciencia nacional de los panameños y que algunos quieren destruir.
La postura de Trump es anacrónica y su discurso es insignificante porque, como dice Hannah Arendt, el mal es insignificante, de la misma forma que el poder arbitrario proviene siempre de la insignificancia. A los panameños que tristemente opinan, ya sea por ingenuidad o ignorancia, que el Canal estaría mejor en manos gringas, solo me resta decirles que es una pena que no sean capaces de percibir el potencial retroceso a una era de intervencionismo y control unilateral que derramó sangre inocente para lograr la autodeterminación, no solo de Panamá, sino de los países de la región.
El autor es escritor