Exclusivo Suscriptores

Después de la crecida del río, la tos: la infancia que sigue esperando al Estado

Hace dos semanas escribí sobre dos niñas que murieron en el camino a su escuela. Hoy vuelvo a escribir sobre la comarca, y vuelvo a escribir con dolor. Otra vez, las palabras niñez y comarca vuelven a aparecer en los titulares, esta vez acompañadas por una enfermedad que creíamos controlada: la tos ferina. Un brote que ya ha cobrado vidas y que, más allá de su dimensión sanitaria, es el reflejo más doloroso de una realidad que persiste: en Panamá, nacer y crecer en ciertas zonas sigue siendo una desigualdad que marca el destino.

Duele —profundamente— ver, una y otra vez, cómo el Estado olvida a los más vulnerables: a los que viven lejos, a los que más necesitan. Duele porque sabemos que no se trata de una catástrofe imprevisible ni de un fenómeno nuevo. Es la consecuencia repetida de un sistema que no llega donde debería, de instituciones que reaccionan en lugar de prevenir y de un país que parece acostumbrado a ver morir o enfermar a sus niños más pobres sin exigir rendición de cuentas.

El brote de tos ferina en la comarca Ngäbe Buglé es un ejemplo más de un Estado indolente e ineficiente. Una enfermedad que se puede prevenir con vacunas —que forma parte del esquema nacional desde hace décadas— vuelve a afectar a quienes menos acceso tienen al sistema de salud. No es tolerable seguir buscando excusas.

No es culpa de los migrantes agrícolas que se desplazan por trabajo. No es culpa de los llamados “antivacunas”, ni de la mamá tata o de las autoridades tradicionales, a quienes con frecuencia se señala por obstaculizar la vacunación. Es hora de aceptar que el problema está en otro lado.

El problema es un Estado que llega tarde o que no llega. Que no adapta sus estrategias a las realidades culturales y geográficas del país. Que no conversa con las comunidades, sino que les habla desde la distancia. Que no entiende que vacunar no es solo aplicar una dosis, sino construir confianza, tender puentes y garantizar que cada niño —sin importar dónde nazca— tenga la misma oportunidad de vivir sano.

Decir “ellos no entienden” o “ellos no quieren vacunarse” es una forma cómoda de ocultar la incapacidad institucional. No se trata de imponer, sino de incluir. De diseñar estrategias integrales que consideren las costumbres, las creencias y los desplazamientos de las comunidades. De explicar con respeto y empatía qué es la tos ferina, por qué puede ser mortal en los bebés y cómo la vacuna los protege. Se trata de llevar la salud donde la vida ocurre, no de esperar que la gente llegue hasta donde —y cuando— el Estado decide estar.

En un país de poco más de cuatro millones de habitantes, resulta incomprensible —e inaceptable— que en 2025 sigan existiendo niños sin vacunas. Y la gran mayoría no lo están porque sus padres duden de los componentes o la seguridad de las vacunas, sino porque el Estado no ha hecho su trabajo. Porque las vacunas no llegan, porque no hay gasolina, ni choferes, ni lanchas o helicópteros disponibles; porque los puestos de salud carecen de personal, o las campañas se limitan a comunicados que no alcanzan a quienes más lo necesitan.

Cada brote como este nos recuerda que las desigualdades no son estadísticas: tienen rostro, nombre, edad e historia. Son los niños que tosen sin descanso y se ahogan en la montaña, mientras el resto del país avanza convencido de que “esas cosas ya no pasan”. Son los que enferman porque su derecho a la salud se diluye entre excusas burocráticas y promesas incumplidas.

Después de la crecida del río, llega la tos. Y después, ¿qué seguirá? ¿Cuántas veces más necesitaremos una tragedia para mirar hacia las zonas donde la infancia se agota en silencio?

Panamá es un país hermoso, diverso y lleno de talento, pero profundamente desigual. Mientras en las ciudades discutimos sobre inteligencia artificial y economía digital, en las montañas del occidente aún hay niños que no tienen acceso a vacunas básicas, a caminos seguros, a escuelas dignas. No se trata de falta de recursos; se trata de falta de prioridades.

El Estado panameño no puede seguir reaccionando con comunicados cada vez que una enfermedad prevenible golpea a los más pobres. Necesitamos un país que anticipe, que escuche, que llegue, que actúe con la misma urgencia con la que la tos ferina se propaga.

Porque mientras la infancia más vulnerable siga esperando —y las familias sigan sufriendo—, no habrá modernización ni progreso que merezcan llamarse así.

La autora es pediatra.


LAS MÁS LEÍDAS

  • Las tres fincas cauteladas a Gaby Carrizo tienen un valor de $1,500. Leer más
  • El directivo de la ACP y exconsultor del cuarto puente, Jorge González, vuelve a plantar a la Asamblea Nacional. Leer más
  • Errores en el himno nacional. Leer más
  • Thomas Christiansen anuncia los convocados para el cierre de la eliminatoria; Negrito Quintero es la gran novedad. Leer más
  • Mitradel confirma que Cervecería Nacional presentó sustento de 260 despidos. Leer más
  • Ahora puedes recargar la tarjeta del metro y metrobus con Yappy desde la app A2-20. Leer más
  • Fiscalía desestima 4 querellas de Odila Castillo contra el periodista Rolando Rodríguez. Leer más