Desde pequeña escuché decir que el panameño es juega vivo. Lo repetimos casi como un sello cultural, una identidad que celebramos. Pero hoy, con el país frente a sí mismo, vale preguntarnos:¿De verdad estamos orgullosos de eso?
Estamos viviendo una crisis profunda. Una crisis de empatía, de valores, de convivencia. La vemos en los jóvenes que se pelean en las escuelas, en los insultos en el tráfico, en la indiferencia con la que somos atendidos en muchas instituciones públicas. Panamá no carece de leyes. Lo que nos falta es sentido de comunidad y funcionarios —y ciudadanos— que pongan el bienestar común por encima del beneficio personal.
El problema no es solo político. Es cultural. Es la normalización del sálvese quien pueda. Y cuando todos intentan sacar ventaja, todos perdemos.
Porque sí, nos duele cuando un niño se arriesga cruzando un río para llegar a la escuela. Nos duele cuando alguien espera meses por una operación que nunca llega. Nos duele cuando familias enteras viven sin agua mientras otros se enriquecen administrando esa misma agua.Sobre eso sí estamos unidos. Todos lo sentimos. Todos lo sabemos.
Panamá está roto. Y no lo va a arreglar un solo presidente ni un solo partido.Lo que necesitamos es una revolución.
No una revolución de violencia, sino una revolución de responsabilidad y humanidad.Una revolución que empiece por la empatía entre nosotros, sí, pero que también se traduzca en instituciones que funcionen, autoridades que respondan, representantes que sepan que su rol es servir y no servirse, y ciudadanos que exijan transparencia y resultados.
Quiero un Panamá donde pedir ayuda a un policía no dé miedo. Donde las denuncias no se archiven. Donde un representante conozca a su comunidad y luche por ella como quien protege a su familia. Donde los centros de salud funcionen, los puentes no se caigan y las escuelas sean espacios dignos para nuestros niños.
Quiero un Panamá donde podamos mirarnos, reconocernos, escucharnos y tratarnos con respeto.
Porque todos hemos sentido dolor. Todos hemos estado en lucha. Y yo elijo creer que sí somos capaces de ser mejores unos con otros.
La revolución que necesitamos es sencilla de nombrar, pero profunda en su alcance: revolución de ciudadanía. Revolución de deber. Revolución de país.
Y empieza contigo y conmigo. Revolución.
La autora es especialista en marketing digital y optimización de campañas.

